El pequeño Conan

A petición popular, llega:

Sabe, oh Príncipe, que entre los años del hundimiento de los Ofheim y las resplandecientes ciudades sobre el hielo, y los de la aparición de los Hijos de Gaia, hubo una edad olvidada en la que el mundo estaba cubierto de brillantes reinos como mantos azules bajo las estrellas: Lotharia, Therkal, Tierra Negra, con sus muchachas de oscuros cabellos y sus torres plagadas de arácnidos misterios, Copomar y sus caballeros, Shagal, limítrofe con las tierras pastoriles de Kalendor, los Dominios del Hechicero, con sus tumbas custodiadas por sombras, y Liara, cuyos jinetes vestían de acero, cuero y pieles. Pero el más orgulloso reino del mundo era Thalesia, que reinaba soberana sobre el soñoliento norte. Y allí llegó el Pequeño Conan, el ofheim, el pelo rubio, los ojos sombríos, el hacha en la mano, un ladrón, un curtidor, un asesino, de gigantescas melancolías y gigantescos pesares, para pisotear con sus sandalias los tronos enjoyados de Kendoria.